martes, 14 de octubre de 2014

EL HOMBRE QUE LEÍA LAS MANOS ............anticipo de mi primera incursión en la narrativa.......

         Los italianos desembarcaron sus barriles a la hora prevista. Por las calles principales pasó el cargamento. Tras las ventanas, sus ojos verdes seguían el movimiento de la tropa que custodiaba el cargamento. Todo estaba dispuesto para amanecer lejos de la península. En tanto ella reconocía una a una las caras de los inmigrantes que pasaban  al descubierto entre los toneles, lo que desconocía era que momentos antes de enfilar la calle principal, el jefe de la tropa había hecho una parada prolongada en la estación de enfermería, para cargar suministros y así ayudar en parte a disminuir la larga lista que los aldeanos de la isla menor había solicitado. Él se había quedado ahí esperando los medicamentos. Ella quería verlo pasar. Caminó las habitaciones, de ventana en ventana, hasta que la tropa con sus barriles se perdió de vista en un recodo de la estación del puerto. Los italianos  subirían a las montañas al sitio denominado Del Aparecido  e internándose en las cavernas dejarían los toneles a buen recaudo de las lluvias y los huracanes  que de tanto en tanto asolaban el lugar.


   Las verduleras y su algarabía rompieron la mañana antes que el sol, me mantuve alerta, claro de no ser así quedaría expuesto mi falso argumento, todas las redes caerían sobre mi y por supuesto no era el día ni la hora para aquello, todo a su tiempo menos hoy. Las verduleras se apostaron tras los mesones, cada una ofreciendo lo mejor  de sus mercancías, las filas empezaron a separarse según lo ofertado; la última fila logró disponerse frente a la puerta amarilla, esa era la verdura que estábamos esperando, me atreví a avanzar, me encaminé tras ellos con mi bolsa de lana y mi sombrero de inmigrante, cabizbajo  tras la última fila donde todos portaban una pequeña bolsa de lana bajo el brazo.  La fila avanzaba lenta. Era el último y quería pasar desapercibido, pero era el último. No podía levantar la cabeza  demasiado, las cámaras vigilaban cada movimiento sospechoso, pero los sombreros como el mío interesaban bien poco a los operadores desde que se había firmado el acuerdo con los Fantasmas del Pantano, todos los artículos del tratado habían favorecido a los inmigrantes, y la vestimenta oficial era un buen sombrero como el mío, calado hasta las orejas, lo que aseguraba la protección de la piel para  aquellos que  volvían de la guerra radiactiva que había estallado un par de años antes , debilitando  la  piel y los ojos de un sinnúmero de inmigrantes , incluido supuestamente  yo. La fila se desplazaba más lento que las demás, cada uno con su bolsa de lanas subía la escalera y desaparecía, tras la puerta amarilla  que en su borde superior rezaba : “ Por la razón” .                                       (fragmento capítulo  1 ......... Autor. Oscar Espinoza V,)

.......el primer anticipo véalo  en la entrada de diciembre 2013...........

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