Los italianos desembarcaron sus
barriles a la hora prevista. Por las calles principales pasó el cargamento.
Tras las ventanas, sus ojos verdes seguían el movimiento de la tropa que
custodiaba el cargamento. Todo estaba dispuesto para amanecer lejos de la
península. En tanto ella reconocía una a una las caras de los inmigrantes que
pasaban al descubierto entre los
toneles, lo que desconocía era que momentos antes de enfilar la calle
principal, el jefe de la tropa había hecho una parada prolongada en la estación
de enfermería, para cargar suministros y así ayudar en parte a disminuir la
larga lista que los aldeanos de la isla menor había solicitado. Él se había
quedado ahí esperando los medicamentos. Ella quería verlo pasar. Caminó las
habitaciones, de ventana en ventana, hasta que la tropa con sus barriles se
perdió de vista en un recodo de la estación del puerto. Los italianos subirían a las montañas al sitio denominado
Del Aparecido e internándose en las
cavernas dejarían los toneles a buen recaudo de las lluvias y los huracanes que de tanto en tanto asolaban el lugar.
Las verduleras y su algarabía rompieron la
mañana antes que el sol, me mantuve alerta, claro de no ser así quedaría
expuesto mi falso argumento, todas las redes caerían sobre mi y por supuesto no
era el día ni la hora para aquello, todo a su tiempo menos hoy. Las verduleras
se apostaron tras los mesones, cada una ofreciendo lo mejor de sus mercancías, las filas empezaron a
separarse según lo ofertado; la última fila logró disponerse frente a la puerta
amarilla, esa era la verdura que estábamos esperando, me atreví a avanzar, me encaminé
tras ellos con mi bolsa de lana y mi sombrero de inmigrante, cabizbajo tras la última fila donde todos portaban una
pequeña bolsa de lana bajo el brazo. La
fila avanzaba lenta. Era el último y quería pasar desapercibido, pero era el
último. No podía levantar la cabeza
demasiado, las cámaras vigilaban cada movimiento sospechoso, pero los
sombreros como el mío interesaban bien poco a los operadores desde que se había
firmado el acuerdo con los Fantasmas del Pantano, todos los artículos del
tratado habían favorecido a los inmigrantes, y la vestimenta oficial era un
buen sombrero como el mío, calado hasta las orejas, lo que aseguraba la
protección de la piel para aquellos
que volvían de la guerra radiactiva que
había estallado un par de años antes , debilitando la
piel y los ojos de un sinnúmero de inmigrantes , incluido
supuestamente yo. La fila se desplazaba
más lento que las demás, cada uno con su bolsa de lanas subía la escalera y
desaparecía, tras la puerta amarilla que
en su borde superior rezaba : “ Por la razón” . (fragmento capítulo 1 ......... Autor. Oscar Espinoza V,)
.......el primer anticipo véalo en la entrada de diciembre 2013...........